Por Manuel Alvarado Ledesma | Economista
El incremento de producción se basa no solo en la mayor superficie sino también en la extraordinaria mejora de la productividad
Es patético, pero real. Tanto como que la tierra no es plana.
Mientras nuestro país continúa su camino regresivo, hoy Brasil es la economía más grande de América Latina y la novena del mundo. En tanto la situación exportadora argentina tiende a debilitarse cada vez más en las estadísticas del globo, la balanza comercial brasileña es estructuralmente positiva y sus principales socios comerciales son China, en un primerísimo lugar, la Unión Europea y EE.UU.
Hace pocas décadas, Brasil importaba carne vacuna de la Argentina. Y su papel global en la producción de soja era casi invisible. Algo similar pasaba con el maíz, básicamente un cultivo de subsistencia, cultivado en campos pequeños, utilizando baja tecnología, tanto en términos de manejo de cultivo como de genética de cultivares.
Pero ahora el cuadro es muy diferente. Brasil es, por primera vez en la historia mundial, primer exportador mundial de maíz y de soja. También ocupa el primer lugar en el ranking de exportación de carne vacuna y domina ampliamente esta posición con más de un 25 % del total.
El incremento de producción de los últimos 20 años se basa no solo en la mayor superficie destinada a estos granos sino también en la extraordinaria mejora de la productividad. Es resultado de una mayor tecnología en los cultivos, como por ejemplo la siembra directa, el cultivo de maíz en segunda cosecha o safrinha (después de la soja) y el uso de biotecnologías además del desarrollo de la industria semillera. Merece destacarse, asimismo, la debatida “Ley de Protección de Cultivares” que alienta emprendimientos e inversiones en el área de semillas.
El maíz safrinha se siembra desde enero hasta marzo, una vez realizada la cosecha de soja. Este planteo ha sido posible por la siembra directa, y por ella, el centro-oeste, otrora de insignificante peso, ahora es la región de mayor producción de granos del país.
Entre 2002 y 2022, el PBI agrícola de Brasil aumentó de USD 122 mil a USD 500 mil millones, igualando así el PBI total de la Argentina. Hablamos… ¡del total y no del agrícola!
Como superpotencia agrícola global, la política de comercio exterior brasileña se resume en la conquista de nuevos mercados, preservando su posición de influencia. Para ello, el país se ha abocado a incrementar su oferta no solo pensando en la demanda interna sino en la externa de manera de no sufrir el estrangulamiento externo que caracteriza a nuestro país.
La restricción externa que sufre la Argentina se fundamenta en el débil papel de la exportación. Y la dirigencia no logra comprender que los bajos costos del sector agropecuario le permiten competir con precios fluctuantes determinados internacionalmente y que no necesita estímulos para aumentar su producción. Solo requiere que lo dejen competir en igualdad de condiciones con otros productores internacionales.
La fabulosa transformación brasileña, por el contrario, es el resultado de medidas favorables y de grandes inversiones en investigación.
Ella es una muestra clara de que la oferta interna de los productos agropecuarios no es inelástica (rígida) en el corto plazo. El campo responde y lo hace con agilidad.
La inelasticidad de la oferta agropecuaria, hoy, es un mito que ha dañado por décadas la economía argentina y hoy lo sigue haciendo con mayor virulencia. Es una idea originada hace más de dos siglos cuando la productividad era un dato fijo. Pero con los años, la innovación ha ido modificando el cuadro. Y el que sigue creyendo en ésta es un necio un teórico totalmente alejado del mundo real.
Brasil nos muestra lo errónea que resulta esta visión y nos enseña que no es necesario, en absoluto, restringir las exportaciones para atender adecuadamente el mercado local. Obviamente, allí, el esquema político es diferente: el sector tiene una relevante representación en el Congreso, con un bloque de aproximadamente 150 diputados y cerca de 40 senadores.
El cambio tecnológico posibilita aumentar el nivel de producción sin que sea condición sine qua non un incremento en los precios internacionales porque contribuye a a reducir costos unitarios.
Pero el cambio tecnológico solo resulta de un ambiente político amigable.
¿Cuándo aprenderemos la lección?
Por Manuel Alvarado Ledesma | Economista