Por Salvador Di Stefano
El COVID-19 generó un cambio económico global de dimensiones poco conocidas. Pasaremos de una economía con estancamiento secular, exceso de ahorro que generaba poca inversión y escaso crecimiento, a una economía en donde los cambios estructurales obligarán a realizar inversiones, cambiar la dirección del dinero y apuntar a negocios con potencialidad de crecimiento.
Estamos en un escenario de desglobalización, en donde las cadenas de suministros se van a alinear por regiones y no a escala global. Los países con altos niveles de deuda deberán realizar un gran esfuerzo por reducirlas u optar por la monetización de las mismas, lo que implicaría más inflación futura, esto traería como correlato la devaluación de muchas monedas a escala global, comenzando por el dólar.
Nos enfrentamos a un mundo en donde la demografía es clave, las regiones con mayor población tendrán un gran potencial, de cada 5 habitantes, uno es chino, otro indio, otro africano y los otros 2 representan al resto del mundo.
La digitalización de los negocios hace que vendamos productos sin verle la cara a quien los recibe, transamos mercadería sin conocernos, la tecnología y las redes, que en los últimos años estaban al servicio personal, hoy están aplicadas a los negocios y a las empresas.
El cambio económico y social es abrumador, a tal punto que muchas actividades quedarán obsoletas en este nuevo escenario. El negocio minorista deberá cumplir un rol muy distinto al que tenía antes de la pandemia, los empleados trabajarán más en sus domicilios, con lo cual los edificios de oficina no serán tan necesarios, y la necesidad de manejar tecnología será cada vez más imprescindible para conseguir un empleo.
El desafió de los obsoletos, (aquellos que quedaron fuera de la nueva economía) es ver cómo se adaptarán al nuevo escenario y se reacomodarán a las leyes del mercado. En esto es imprescindible que el Estado cumpla un rol fundamental, no otorgando subsidios, pero sí capacitando a más de 10 millones de personas que en Argentina deberán buscar una nueva forma de ganarse la vida en lo cotidiano.
Argentina es un país irrelevante a escala global, sin embargo, puede verse beneficiado por esta crisis. Estados Unidos tiene una deuda impagable, que incluye al Estado, corporaciones y los hogares, no tendrá más remedio que monetizarla, es decir emitir dólares para pagarla, no podrá bajar el gasto porque su clase política es parte del problema y no de la solución. La inversión en Estados Unidos es muy baja, los altos impuestos y regulaciones empujaron a muchas multinacionales a invertir fuera del país, en especial China. El escenario de devaluación del dólar estaría casi asegurado, esto generaría externalidades positivas sobre el precio de las materias primas, en especial las que exporta nuestro país, que son las agrícolas. Por eso alertábamos de una soja cerca de los U$S 500 en Chicago y el arrastre del resto de los productos.
China ha comenzado a disputarle el liderazgo global a Estados Unidos. Se ha convertido en el país receptor de capitales. Con una inversión equivalente al 44% del PBI, China será uno de los países del mundo que más rápido se recuperaría luego del impacto del Covid 19. La llegada de inversiones del mundo hace que el yuan se revalúe contra el resto de las monedas, se apreció de 7,20 yuanes por dólar a 6,60 en un corto período de tiempo. Las acciones chinas no están sobrevaloradas como las americanas. La tasa de corto plazo que paga es del 2,72% anual, mientras que Estados Unidos tiene la tasa en el 0,25% anual.
En este contexto mundial en donde los inversores buscan resguardo de valor, ya no solo las materias primas son un buen refugio, las criptomonedas como el Bitcoin comienzan a tener un rol estratégico en las carteras de inversiones de las grandes fortunas. Con gran volatilidad cotiza en los U$S 15.000 y ha demostrado que puede ser un buen activo en tiempos de crisis.
Los capitales migran desde los grandes centros financieros tradicionales a Shanghái China, y el mundo emergente, lejos de devaluarse, comienza a ser alternativa de inversión.
Desde el año 2009 en adelante el mundo fue un festival de emisión de dólares, con una economía americana que pretendía arreglar los problemas vía planes de estímulos, billetazos a la economía que traían consigo exceso de ahorro a tasa 0%, escasa inversión, baja de impuestos que empujó a las empresas americanas a recomprarse sus propias acciones, fuertes subas en los índices accionarios, y todo esto en un marco de escasa inversión y poco aumento de la productividad. Esta economía se terminó, quedó fuera de carrera.
El mundo que viene no puede pagar la deuda pública, las grandes potencias están endeudadas entre 240% y 260% de su PBI sumando la deuda del Estado, privados y hogares. No hay vocación política para ordenar las cuentas fiscales, nadie quiere bajar el gasto y enviar proyectos que suban impuestos. La monetización de la deuda, inflación y suba de tasas está más cerca de lo que muchos presumen.
El mundo emergente se ha convertido en una gran oportunidad, sus activos están a precio vil, Argentina está reglada en dólares, sus empresas valen muy poco, y las materias primas que producen son altamente demandadas por un mundo que tendrá dos liderazgos, estará dominado por una mayor inflación, tasas elevadas y lo tangible se impondrá a lo intangible.
El desafío es reconvertirnos, buscando adaptarnos a la economía que viene, en donde la supervivencia del más apto se impondrá en la economía. La economía está realizando una selección natural de los sectores que van a sobrevivir en el nuevo contexto, los actores que actuaban en los sectores que desaparecen tendrán que reconvertirse para actuar en los nuevos sectores económicos que emergen en el escenario actual. Es imprescindible, que el Estado se reconvierta en el mismo sentido, y que ayude al sector privados en esta difícil tarea. No son necesarios subsidios, es imprescindible un buen diagnóstico y la capacitación para que las fuerzas laborales puedan abordar los nuevos desafíos de la economía que emerge, que cambiará en Estados Unidos, China, Egipto, Inglaterra, Brasil y en cualquier país de la tierra.
La mayoría de los empleados buscará trabajar desde sus propias casas, los edificios de oficina se transformarán en una piedra lunar, servirán para poco con el paso del tiempo. Necesitamos capacitarnos en manejo de tecnología. La digitalización es una realidad, y ya conocemos cada vez menos la cara de nuestros clientes. El mundo mutó a un escenario distinto. Argentina necesita cambiar su modelo de negocios.
Los empresarios deberán lidiar con empresas que tendrán que buscar más escalas, agregar valor en búsqueda de mayor rentabilidad, llegar al consumidor cuando se quedaban en la etapa primaria, trabajar más con capital de terceros para poder armar un escudo fiscal ante la gran presión tributaria existente, buscar productos que equilibren calidad, precio y cantidad para lograr la rentabilidad adecuada. Con un escenario de alta inflación como el que tenemos, necesitamos rotar a mayor velocidad el stock de mercadería, o ensanchar el negocio anexando agregado de valor que genere rentabilidad. El que produce tendrá que llegar a la góndola, y el que está en la góndola tendrá que pensar en producir.
En resumen, en la economía que viene no hay zona de confort, los que busquen dicha zona deberán resignar calidad de vida, y si son dueños de empresas deberán conformarse con escasa rentabilidad y estarán en el límite de quedar fuera de mercado con sus negocios, ya que otro jugador buscará quedarse con su mercado.
La consigna es crecer, crecer o crecer, hacer lo contrario será desaparecer lentamente, ingresar en un escenario en donde las empresas languidecen hasta que terminan desapareciendo. El que no desea invertir tendrá que repensar su estrategia, ya que puede estar condenado a la extinción.