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Manuel Belgrano como propulsor de la Agricultura

Por Manuel Alvarado Ledesma | Docente Agroeducación

¡Labradores, que con vuestros afanes y sudores proporcionáis a la sociedad la precisa subsistencia, los frutos de regalo, y las materias primeras para proveer lo necesario!

Manuel Belgrano (Correo de Comercio, 3 de marzo de 1810). 

En los tiempos anteriores a la independencia, se destaca la figura de Manuel Belgrano como propulsor de la agricultura.

En una memoria fechada en 1796, dirigida a las autoridades coloniales, escribe “Señores… Fomentar la agricultura, animar la industria y proteger el comercio, son los tres importantes objetos que deben ocupar la atención cuidado de VV.SS.”

Es curioso que, al hablar de la agricultura, lo haga sin desligarla de la industria y el comercio. A lo largo de sus escritos, resalta la interconexión entre la agricultura, la industria y el comercio.

En rigor, mantiene una concepción de procesos donde intervienen, la agricultura, la industria y el comercio. Se trata de una visión pionera respecto al agregado de valor.

Vale preguntarse de dónde viene su pensamiento económico y la visión de interdependencia de estas tres actividades.

Belgrano se inició en los principios de la ciencia económica, estudiando en la Universidades de Salamanca y de Valladolid. En esta última obtuvo su título universitario. Deseoso de realizarse con la economía política, luego haber estudiado en Salamanca, pasó a Valladolid para terminar la carrera de leyes, interesado más que nada en la economía política.

Los profesores de Salamanca, todos ellos ortodoxos doctores católicos, especialmente atentos a la importancia de la propiedad privada, el precio de mercado y la libertad de iniciativa, sentaron las bases de la ciencia económica moderna y fueron inspiradores del pensamiento de Belgrano. Este punto no es menor pues de acuerdo a Friedrich A. Hayek “Los principios teóricos de la economía de mercado no fueron diseñados, como se creía, por calvinistas y protestantes escoceses, sino por los jesuitas y miembros de la Escuela de Salamanca durante el Siglo de Oro español.»

Merced a una licencia papal, accedió a la lectura de Montesquieu y Rousseau; así incorporó nuevos horizontes a su vasta cultura. Estudió con ahínco a Pedro Rodríguez Campomanes y a Gaspar Melchor de Jovellanos.  Campomanes y Jovellanos colaboraron en las reformas progresistas de Carlos lIl, propiciando la capacitación rural, entre otras actividades. 

Al leer sus informes y propuestas, se concluye que la visión de Belgrano es pionera en la disciplina de los agronegocios, tal como la concibe Ray T. Goldberg de la Universidad de Harvard cuando, a mediados de la década de 1950, se refiere a “la suma del total de operaciones involucradas en la manufactura y en la distribución de la producción agrícola; operaciones de la producción en el campo, en el almacenaje, el procesamiento, y distribución de los commodities agrícolas y las manufacturas hechas con los mismos”.

Escribía Belgrano “La agricultura es la madre fecunda que proporciona todas las materias primas que dan movimiento a la industria, las labores artesanales y al comercio” 

Y para ser más preciso decía: “Los frutos de la tierra sin la industria no tendrán valor; si la agricultura se descuida, los conductos del comercio quedarán atajados»

Por estas afirmaciones y tantas otras más, queda claro que, para él, la agricultura, la industria y el comercio se desarrollan en una cadena de eslabones, aunque no lo expresara de esta forma.

Remarca la importancia de la agricultura y suma, a los productos primarios, la acción de la industria que añaden riqueza y pondera el comercio donde las transacciones agregan valor.

Esta concepción es central, aunque todavía sea por muchos ignorada. Tal es el caso de los hacedores de política económica. 

Habitualmente suele realizarse una división de la actividad económica en tres sectores diferenciados, como si fueran ámbitos claramente separados.

Así se habla del sector primario, formado por aquellas empresas que desarrollan su actividad a través de la obtención de recursos naturales; el secundario, que abarca la transformación de materia prima en producto elaborado; el terciario, que la comercialización de servicios más bien intangibles y personalizados.  Y, además, el sector cuaternario, conformado por las actividades de investigación y desarrollo, donde la clave es el conocimiento.

El sistema de cuentas nacionales hace esta distinción y, por ende, no se refiere a las cadenas de valor que es el núcleo central de la disciplina de los agronegocios.

Por ello, no se valora realmente la importancia de la agricultura como generadora de riqueza, tanto aguas arriba como abajo. Según la Fundación Agropecuaria para el Desarrollo de Argentina (FADA), el 24% del Producto Bruto Interno (PBI) argentino proviene del agro. Este ratio resulta de sumar las cadenas agroindustriales, donde están los servicios conexos (9%), los productos primarios (8%) y la agroindustria (7%).

Consciente de la importancia de la agricultura, Belgrano, a su vez, conocía muy bien el problema de la fluctuación de precios que acarrea hambre y déficit comercial. Sabía que lo usual es que haya años de buenas y malas cosechas, y de sus efectos en los precios. Por ello, proponía el almacenamiento de granos: guardarlos cuando sobran y sacarlos cuando faltan, en lugar de aplicar medidas intervencionistas.

Belgrano advertía que los consumidores tienden a malinterpretar el acopio. En tiempo de escasez, la gente siempre responsabiliza de su miseria a la codicia de los productores de granos. Escribía que la multiplicidad de almacenes (acopios) de trigo particulares es la primera operación necesaria para entretener la abundancia en el reino, mantener los precios en un círculo casi igual y procurar en todo tiempo un beneficio honrado al labrador.

Desde las más altas esferas, se habla mucho de Belgrano. Pero cuando se lo hace, se escuchan palabras huecas donde su pensamiento no está presente. 

Manuel Belgrano es un faro de luz que las autoridades no toman en cuenta. El desafío está en recordarlo para tomar acción.

Por Manuel Alvarado Ledesma | Docente Agroeducación

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